sábado, 27 de diciembre de 2014

Dieciocho meses


Querida Amelia,

Se acaba el año y con eso llega el décimo octavo mes de tu vida. Te quiero contar que desde hace tiempo, lo que hago al inicio del año es proponerme aprender algo nuevo: alguna vez fue el violín; otra más, el kendo; aprendí yoga, aprendí a hacer pan, a hacerme manicure francés, a leer el tarot y algunas otras cosas, quizá igual de inútiles, pero por lo menos, entretenidas.

Este año que se va, aprendí a ser tu mamá. Es algo que se aprende cada día, y cada día es una experiencia que me llena de satisfacciones, pero también de frustración. Ya verás un día que ser mamá es complicado. Y es curioso porque aunque parece que todo en tu vida te ha preparado para serlo, parece que nada de lo que sabías te sirve para ello.

También te quiero decir que a pesar de todo, soy muy feliz a tu lado. Tienes el privilegio –lo tengo yo también–, de que estamos juntas todo el día, todos los días, y es maravilloso evidenciar cómo vas creciendo. No sólo al notar que los pantalones te quedan cada vez más cortitos, o que al fin alcanzas tu vasito si te paras de puntitas junto a la mesa, sino también al ver que cada vez entiendes un poco mejor cómo funciona el mundo, empiezas a conocer y usar tu cuerpo, expresas disgusto o fascinación con mucha claridad, y has comenzado a elegir las que van siendo tus cosas favoritas. Eres una chiquilla con una gran personalidad y quienes te conocen se dan cuenta de esto.

Este año también han pasado cosas en el mundo que me hacen pensar que es un mundo terrible. No te haré un recuento ahora: ya tendrás que averiguarlo tú misma, con esa curiosidad felina que te caracteriza. Pero lo que quiero decirte es que pienso que precisamente por ser como eres, y por tener la oportunidad de crecer como lo estás haciendo, es que creo que, algún día, tienes que regresar de alguna manera tu buena fortuna. No te digo que salves el mundo, pero por lo menos te tienes que hacer cargo de que la esquinita que te tocó sea mejor de como era antes de que llegaras.

Yo creo que no debemos tener espíritu de mártires. Eso también lo aprendí alguna vez. Pero lo que sí creo es que por estar en donde estamos, porque tenemos un techo, comida, familia y amor, tenemos que ayudar a los demás de alguna forma. Pienso que alguna vez encontrarás tu manera de hacerlo. Yo espero estar ahí para, como ahora, aprender esa manera contigo.

Te ama,

Tu mamá

martes, 16 de diciembre de 2014

Repetición, repetición, repetición


He recibido muchos tips y consejos de mi abuela, mi mamá, mis tías y otras mamás y papás cercanos, pero confieso que la mayoría de mis intuiciones sobre la maternidad son justamente eso: intuiciones, algunas de ellas derivadas de mi convivencia con, ¿qué creen? Perros y gatos.
A mí, en general, ni me espanta ni me hace sufrir pensar que somos animales, y como tales, tenemos conductas que son, algo o mucho, similares. Y aunque tampoco comprendo a cuenta de qué vienen algunos comportamientos, he logrado identificar algunas similitudes entre nosotros y los peluditos de compañía.

Una de estas similitudes es el aprendizaje por repetición. No voy a hablar ahora del sistema educativo que me formó y me deformó, pero recuerdo bien las planas eternas que había que llenar con palabras difíciles, para lograr escribirlas correctamente. Y qué decir de las tablas de multiplicar. Y cuando era ya mayor, practicando artes marciales, repetir los ejercicios una y otra vez era el camino a su perfeccionamiento.

Del mismo modo, nuestros perros y gatos aprendían la vida en casa de esa forma. Comer a la misma hora, de la misma forma y en el mismo lugar, todos los días, era crucial para evitar peleas por la comida (siempre tuvimos muchos perros y gatos y esa disputa es típica). Tener rutinas les da a los gatos mucha seguridad, y tener un horario para juegos ayuda a que los perros derrochen energía y, en general, se porten bien.

Esa idea de la repetición me ha funcionado con Amelia. Todos los días se sienta a la mesa, se pone el babero y come. Luego se lava la cara y los dientes, aun desde antes de tener dientes (para eso usaba un dedalito de higiene y masaje oral de Nuby). Todos los días se baña antes de dormir y todos los días toma la leche antes de la siesta. Repetición, repetición, repetición.

Podrá ponerse monótono, a veces (quien tenga un bebé de 18 meses sabe que eso es casi imposible), pero ella ya la tiene clara: si le digo que vamos a almorzar, va y se para junto a la sillita; si le digo que hay que lavarse, se pone al pie de la escalera; si se acerca la hora de la leche, la pide. Eso me facilita las cosas, porque por lo menos para esas cosas monótonas y rutinarias de la vida, como comer y asearse, no tengo que andar corretéandola por todas partes. Para todo lo demás, sí.