martes, 28 de junio de 2016

Felices 3


El otro día estaba con mi Conejita jugando en la cama, y como casi siempre, empezamos a reírnos muy, muy fuerte, hasta casi llorar de risa. La miré y nos abrazamos y me di cuenta en ese momento de algo: ella es mi hijita, y eso quiere decir que es una compañera de vida. Es alguien con quien paso casi todo el día, todos los días; alguien con quien comparto las risas, pero también la frustración y el llanto porque esto de ser mamá-hija se va construyendo de a dos, todo el tiempo. También es una excelente compañera de viaje, y juntas hemos recorrido muchísimos kilómetros, hemos tenido aventuras de todo tipo, y hemos visitado y conocido todo tipo de lugares, personas, sensaciones y sabores. Y además, es una persona increíblemente empática que sabe qué decir para levantarme el ánimo, porque luego de un día agotador, que te digan “mamá, qué rica está la sopa” es una verdadera caricia del alma.


En fin que mi Conejita hoy cumple 3 años. Ya empieza a ponerse interesante: aprende todo y de todo con gran rapidez (que me dijera los nombres de los cuatro Beatles ha sido de los momentos de más orgullo que me ha dado), habla hasta por los codos, y es una persona feliz, que canta todo el día, que juega, que disfruta la comida y tener un libro en las manos, y sobre todo, es una niña sensible, imaginativa y simpática.


Apenas son tres, y qué emocionantes, felices, duros, emocionales, intensos han sido. ¡Esperemos que sigan así! ¡Feliz cumpleaños Amelia! ¡La vida es maravillosa!

martes, 10 de mayo de 2016

El mejor trabajo del mundo


Hace unos diez años, recuerdo haber tenido un pensamiento: la vida no vale la pena a menos que tengas a alguien que te llame “mamá”. Tengo apenas un par de años en ese negocio de ser madre, pero puedo decirles dos cosas respecto a esa idea juvenil que todos los días vuelve a mí con gran nitidez. La primera es que tenía razón. Por supuesto, cuando las madres exclamamos cosas así, no se trata de convencer a las mujeres que no tienen hijos de que los tengan, ni de establecer una postura política frente al tema de la maternidad, ni nada por el estilo. Sencillamente, se trata de esas cosas de hermenéutica rara que sólo entiendes cuando te pasan, y que hacen de la vida algo fabuloso, pero que podrían muy bien no pasarte y lo mismo podrías tener una vida extraordinaria. Después de todo, las manitas llenas de chocolate que tratan de acariciarte el cabello, las paredes rayadas con crayolas y cantar canciones a media madrugada para calmar algún mal sueño no son para todas.

La segunda cosa es que esta idea de la maternidad corrobora otra idea más que siempre creí y que sólo recientemente veo ratificada en los hechos: nadie sabe lo que quiere hasta que lo tiene. Si hace diez años me hubiesen ofrecido un trabajo en el que tendría que estar presente todo el día, todos los días, sin vacaciones ni feriados, sin descanso físico o mental, sin remuneración económica de ninguna especie, y además, sin la más remota idea de lo que tenía que hacer ni cómo hacerlo, probablemente habría dicho no, rotundamente. Sin embargo, y sin saberlo, era justo eso lo que yo quería, cuando decía que quería ser madre. Y pese a todo, es el mejor trabajo del mundo. En verdad, que mi Conejita eche sus brazos alrededor de mi cuello, me llene de besos y me diga “mami, mami”, hace que mi vida valga la pena. No sé las demás mamás, pero sospecho que se sienten igual.

A todas, feliz día.

martes, 19 de abril de 2016

Mami, mami, mami


La Conejita ya va a la escuela. Ya en otro post tendré la oportunidad de hablar de ello, lo importante ahora es que justo el día hoy, tuve que llevarla en la carreola porque mi espalda no daba más (siempre la llevo en un portabebé a la espalda). Ella decidió llevar una vaquita de foamy (goma eva) para el paseo, y luego de varias cuadras, cuando me asomé a ver qué tal iban ella y la vaquita, no la tenía.

—¿Qué pasó con la vaca? —exclamé con sorpresa.

—No la quería—, contestó ella, como si uno nomás tirara por la borda todo lo que no quiere.

Suspiré. No iba a desandar seis cuadras cuesta arriba para buscar la vaquita, así que seguí nomás hasta el jardín de niños, la dejé y me volví en camión, que justo hace el mismo recorrido que habíamos hecho más temprano, de ida. Miraba por la ventanilla y de pronto ahí estaba la vaquita, justo donde termina la cuesta que baja desde nuestro barrio al parque. Me bajé del camión, caminé aprisa, llegué al pie de la cuesta y recogí la vaquita y me volví cuesta arriba a mi casa, con la pinche vaca sucia y pisada y mojada, caminando bajo la lluvia.

Eso es ser madre, ¿no? Tratar de enmendar las estupideces, voluntarias o no, de nuestros hijos, cueste lo que cueste. Ahora sólo pienso en todo lo que le debo a mi mamá.