martes, 10 de mayo de 2016

El mejor trabajo del mundo


Hace unos diez años, recuerdo haber tenido un pensamiento: la vida no vale la pena a menos que tengas a alguien que te llame “mamá”. Tengo apenas un par de años en ese negocio de ser madre, pero puedo decirles dos cosas respecto a esa idea juvenil que todos los días vuelve a mí con gran nitidez. La primera es que tenía razón. Por supuesto, cuando las madres exclamamos cosas así, no se trata de convencer a las mujeres que no tienen hijos de que los tengan, ni de establecer una postura política frente al tema de la maternidad, ni nada por el estilo. Sencillamente, se trata de esas cosas de hermenéutica rara que sólo entiendes cuando te pasan, y que hacen de la vida algo fabuloso, pero que podrían muy bien no pasarte y lo mismo podrías tener una vida extraordinaria. Después de todo, las manitas llenas de chocolate que tratan de acariciarte el cabello, las paredes rayadas con crayolas y cantar canciones a media madrugada para calmar algún mal sueño no son para todas.

La segunda cosa es que esta idea de la maternidad corrobora otra idea más que siempre creí y que sólo recientemente veo ratificada en los hechos: nadie sabe lo que quiere hasta que lo tiene. Si hace diez años me hubiesen ofrecido un trabajo en el que tendría que estar presente todo el día, todos los días, sin vacaciones ni feriados, sin descanso físico o mental, sin remuneración económica de ninguna especie, y además, sin la más remota idea de lo que tenía que hacer ni cómo hacerlo, probablemente habría dicho no, rotundamente. Sin embargo, y sin saberlo, era justo eso lo que yo quería, cuando decía que quería ser madre. Y pese a todo, es el mejor trabajo del mundo. En verdad, que mi Conejita eche sus brazos alrededor de mi cuello, me llene de besos y me diga “mami, mami”, hace que mi vida valga la pena. No sé las demás mamás, pero sospecho que se sienten igual.

A todas, feliz día.