sábado, 10 de mayo de 2014

Mamá


Todo el mundo tiene a la mejor mamá del mundo, y desde luego, yo no soy la excepción. Por muchos, muchos años, sólo fuimos ella y yo, y digo ella y yo nomás, porque no hubo un hermanito arruinahogares sino hasta que yo tuve siete años. En tanto, disfruté mucho a mi mamá: la recuerdo haciendo palomitas para que viéramos la tele; llevándome al cine a ver por enésima vez “El Regreso del Jedi”; trenzándose el cabello que por aquel entonces llevaba larguísimo; dándole de comer a un perro peludito que llamábamos Toby; manejando su fiel Renault 5 amarillo; sentada en una banca en Perisur, comiendo helado de chocolate con mi papá.

No sé si será así para todo el mundo, pero me parece que no te das cuenta de todas las pequeñas cosas que mamá hace por ti, hasta que tú mismo te conviertes en padre. Y no sé si todas las mamás los sabrán, pero esas pequeñas cosas hacen un mundo de diferencia. Yo espero que la mía sepa que gracias a ella, a sus esfuerzos, a sus desvelos, a todos esos años en los que la observé, soy lo que soy, que puede que no sea mucho, pero para mí es todo. Espero ser capaz de transmitirle a mi hija lo que mi mamá me transmitió a mí: que ser mamá es divertido, que requiere toda tu creatividad, que se trata de ver caritas felices cuando haces gelatinas o arreglas un juguete descompuesto, que es, sobre todo, ser feliz compartiendo momentos pequeños.

Ojalá mi mamá sepa que hizo de mi mundo el lugar más feliz, y que todavía lo hace, porque es la mejor amiga que tengo y que tendré siempre. Y ojalá yo pueda ser aunque sea un poquito así para mi Amelia.

Te amo, mamá.

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