sábado, 27 de diciembre de 2014

Dieciocho meses


Querida Amelia,

Se acaba el año y con eso llega el décimo octavo mes de tu vida. Te quiero contar que desde hace tiempo, lo que hago al inicio del año es proponerme aprender algo nuevo: alguna vez fue el violín; otra más, el kendo; aprendí yoga, aprendí a hacer pan, a hacerme manicure francés, a leer el tarot y algunas otras cosas, quizá igual de inútiles, pero por lo menos, entretenidas.

Este año que se va, aprendí a ser tu mamá. Es algo que se aprende cada día, y cada día es una experiencia que me llena de satisfacciones, pero también de frustración. Ya verás un día que ser mamá es complicado. Y es curioso porque aunque parece que todo en tu vida te ha preparado para serlo, parece que nada de lo que sabías te sirve para ello.

También te quiero decir que a pesar de todo, soy muy feliz a tu lado. Tienes el privilegio –lo tengo yo también–, de que estamos juntas todo el día, todos los días, y es maravilloso evidenciar cómo vas creciendo. No sólo al notar que los pantalones te quedan cada vez más cortitos, o que al fin alcanzas tu vasito si te paras de puntitas junto a la mesa, sino también al ver que cada vez entiendes un poco mejor cómo funciona el mundo, empiezas a conocer y usar tu cuerpo, expresas disgusto o fascinación con mucha claridad, y has comenzado a elegir las que van siendo tus cosas favoritas. Eres una chiquilla con una gran personalidad y quienes te conocen se dan cuenta de esto.

Este año también han pasado cosas en el mundo que me hacen pensar que es un mundo terrible. No te haré un recuento ahora: ya tendrás que averiguarlo tú misma, con esa curiosidad felina que te caracteriza. Pero lo que quiero decirte es que pienso que precisamente por ser como eres, y por tener la oportunidad de crecer como lo estás haciendo, es que creo que, algún día, tienes que regresar de alguna manera tu buena fortuna. No te digo que salves el mundo, pero por lo menos te tienes que hacer cargo de que la esquinita que te tocó sea mejor de como era antes de que llegaras.

Yo creo que no debemos tener espíritu de mártires. Eso también lo aprendí alguna vez. Pero lo que sí creo es que por estar en donde estamos, porque tenemos un techo, comida, familia y amor, tenemos que ayudar a los demás de alguna forma. Pienso que alguna vez encontrarás tu manera de hacerlo. Yo espero estar ahí para, como ahora, aprender esa manera contigo.

Te ama,

Tu mamá

martes, 16 de diciembre de 2014

Repetición, repetición, repetición


He recibido muchos tips y consejos de mi abuela, mi mamá, mis tías y otras mamás y papás cercanos, pero confieso que la mayoría de mis intuiciones sobre la maternidad son justamente eso: intuiciones, algunas de ellas derivadas de mi convivencia con, ¿qué creen? Perros y gatos.
A mí, en general, ni me espanta ni me hace sufrir pensar que somos animales, y como tales, tenemos conductas que son, algo o mucho, similares. Y aunque tampoco comprendo a cuenta de qué vienen algunos comportamientos, he logrado identificar algunas similitudes entre nosotros y los peluditos de compañía.

Una de estas similitudes es el aprendizaje por repetición. No voy a hablar ahora del sistema educativo que me formó y me deformó, pero recuerdo bien las planas eternas que había que llenar con palabras difíciles, para lograr escribirlas correctamente. Y qué decir de las tablas de multiplicar. Y cuando era ya mayor, practicando artes marciales, repetir los ejercicios una y otra vez era el camino a su perfeccionamiento.

Del mismo modo, nuestros perros y gatos aprendían la vida en casa de esa forma. Comer a la misma hora, de la misma forma y en el mismo lugar, todos los días, era crucial para evitar peleas por la comida (siempre tuvimos muchos perros y gatos y esa disputa es típica). Tener rutinas les da a los gatos mucha seguridad, y tener un horario para juegos ayuda a que los perros derrochen energía y, en general, se porten bien.

Esa idea de la repetición me ha funcionado con Amelia. Todos los días se sienta a la mesa, se pone el babero y come. Luego se lava la cara y los dientes, aun desde antes de tener dientes (para eso usaba un dedalito de higiene y masaje oral de Nuby). Todos los días se baña antes de dormir y todos los días toma la leche antes de la siesta. Repetición, repetición, repetición.

Podrá ponerse monótono, a veces (quien tenga un bebé de 18 meses sabe que eso es casi imposible), pero ella ya la tiene clara: si le digo que vamos a almorzar, va y se para junto a la sillita; si le digo que hay que lavarse, se pone al pie de la escalera; si se acerca la hora de la leche, la pide. Eso me facilita las cosas, porque por lo menos para esas cosas monótonas y rutinarias de la vida, como comer y asearse, no tengo que andar corretéandola por todas partes. Para todo lo demás, sí.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Besitos sí, besitos no


Una tarde, paseaba con Amelia en el parque cerca de nuestra casa, cuando vi algo que me puso a pensar: un grupo de señores (tendrían más de 25, y esa ya no es edad para decirles muchachos) estaban en una banca del parque tomando cerveza. Eran cuatro, creo, y platicaban. Uno más llegó, con su hijita de unos cinco años. Él saludó, y le dijo a la nena “andá, dales un besito”, a lo que la nena se negó, pese a la insistencia del padre.

Ya no me quedé para ver el desenlace, pero, como dije, la escena me puso a pensar. Con frecuencia observo que hay gente que le ordena a sus hijos saludar o dar beso cuando ellos no quieren. Digo les ordena, porque cuando son chiquillos, pedirles no basta, como ya lo sabrán tantos padres. Por supuesto que es encantador que un niño te salude con un beso en la mejilla, pero también me parece que la insistencia es peligrosa. O a mí me parece peligrosa porque tengo la intuición de que le enseña al niño que su negativa, su poder de decir “no” a un contacto físico que no desea, no cuenta, no es relevante y no importa, y tiene que hacer lo que se le dice.

Si entienden a lo que voy, me refiero por supuesto al abuso sexual de menores. Soy de las que piensa que definitivamente la prevención es fundamental para proteger a nuestros niños, y creo que la mejor prevención es enseñarle al niño que tiene el poder de decir “no” frente a la solicitud de un contacto físico. Desde luego, no todos los adultos que quieren un besito lo piden porque quieren abusar del niño, pero, ¿cómo sabemos?

Mi Conejita es pequeña todavía, pero ya tiene opiniones bastante fuertes respecto a las demostraciones de afecto: no le gustan demasiado. En lugar de forzarla a besuquear a cuanta persona la chulea, propia o extraña, me parece más razonable respetar esa distancia que ella toma de la gente. Y desde luego, ir enseñándole que si ella dice “no”, es no. Me parece que va a serle útil en la vida.

lunes, 4 de agosto de 2014

¡Tápate! Semana Mundial de la Lactancia

Todo lo que tiene que ver con esto de ser mamá es nuevo para mí, tan nuevo que de a poco lo voy inventando. Una de esas cosas tan de mamás, y de mamas, es dar la teta en público. A mí, el médico me dijo que había que dar la teta a demanda: eso significaba que debía darle de mamar a mi bebé todas las veces que pidiera, cuando lo pidiera. Por supuesto, esto significaría que si yo andaba en el súper y a la nena se le ocurría que necesitaba un bocado, había que dárselo. Eran órdenes del doctor.

Al principio no tuve mucho problema, porque estuve en casa casi todo el tiempo, mis salidas eran excursiones rápidas (aquí todo está cerca) y nunca, en realidad, me puse a pensar en qué haría si de pronto tenía que dar la teta en un lugar púbico. Hasta que llegó el día en que mi bebé de cinco meses y yo nos tomamos unas vacaciones para ir a visitar a los parientes de México. Desde Jujuy, como ya he referido antes, hay que pasar por cuatro aeropuertos y tres aviones, y el viaje dura, en el mejor de los casos, todo un día. Evidentemente, tuve que darle de comer en el trayecto.

Y después, pasamos las fiestas en la ciudad de Monterrey, donde viven mis padres. Eso significó que salimos muchos veces a centros comerciales, en excursiones de todo el día (a mi mamá y a mí siempre nos ha gustado recorrer los centros comerciales de cabo a rabo), y durante las cuales, por supuesto, la pequeña Conejita tenía hambre y había que darle la teta.

Será que a mí me da lo mismo, o que creo que tetas tenemos todas, nada más que dispuestas en formas distintas, que lo mismo en el avión, en medio de una gran tienda departamental, en un restaurante o donde fuera necesario, yo me bajaba la blusa y le daba la teta a la Conejita siempre que lo pedía. Díganme impúdica, pero pienso que no hay nada de qué avergonzarse en el acto de dar de mamar a un bebé, y realmente no me incomoda que me hayan visto las tetas por todas partes, entre Monterrey y Buenos Aires.

Según sé, la lactancia en público suele no estar regulada en ninguna parte (salvo en un par de lugares un poco retrógrados). Sin embargo, esto es un problema porque deja abierta la puerta para que tiendas, restaurantes, y otros lugares públicos, la prohíban como parte de sus políticas.

Salvo algún comentario bromista en familia, nunca me tocó que alguien se acercara a pedirme que me tape, y más bien la gente hacía ese gesto de que te ve pero no te ve. Pero me parece que sería importante que el tema salga a relucir alguna vez desde las tribunas políticas, a veces tan desatinadamente promotoras de la lactancia, si tan sólo, simplemente, porque las mamás también votamos.

¡Feliz semana de la lactancia, brindemos con las copas!

jueves, 17 de julio de 2014

Diez cosas que te enseña tu bebé en su primer año


Los hijos son grandes maestros. De eso te das cuenta apenas los tienes. Yo tengo la fortuna de estar prácticamente 24/7 con la mía, que recién cumplió un añito, y esto es algo de lo mucho que he aprendido.

1. El mundo es maravilloso. No sólo porque esa nueva personita está en él: cuando tienes un bebé, tienes una invaluable segunda oportunidad de aprender el mundo. ¡Todo es nuevo para él! Parece que todo les interesa: la música, las texturas, los olores, los sabores, los colores. Mirar todo desde los ojos de un bebé es fascinante, porque parece que están creando el mundo mientras lo conocen. Tu bebé te puede enseñar a revalorar todo alrededor tuyo, si se lo permites. ¡Y te mostrará que es maravilloso!

2. Todo pasa. En su primer año, los bebés experimentan cambios fascinantes, algunos de ellos bastante ingratos, como por ejemplo, el desarrollo de su sistema digestivo. Los cólicos son bastante frecuentes y sufridos, pero al final, pasan. Así también pasan las fiebres, los resfriados, y los días malos. Aunque hay momentos en que parece que la vida te sobrepasa, sobre todo cuando eres mamá primeriza, hay que estar cierta de que todo pasará, eventualmente y en su momento. Hay que tenerlo siempre presente.

3. Sigue tu instinto. Toda mamá, primeriza o no, recibirá una miríada de consejos, solicitados o no, sobre lo que debe hacer con su bebé. Si bien hay cosas que aprendes porque te las platicaron, hay otras que sólo tu bebé y tu instinto te van a enseñar. Identificar cuando llora de dolor, cuando de sueño, cuando de hambre, y cómo reaccionar ante esos llantos, es algo que se aprende en equipo: el equipo son bebé y mamá. Y las corazonadas de mamá, generalmente, están acertadas.


4. Ser feliz es fácil. Puede que la vida de un bebé sea bastante simple: comen, duermen, juegan y cagan. Pero si uno lo desmenuza un poco, la vida de todos, grandes y chicos, es así. El punto es encontrar, dentro de nuestras rutinas, esas pequeñas cosas que nos hacen felices. Un bebé puede ser el más feliz con su muñequito de peluche, con una galleta o con una canción. Y no tiene que hacerse mucho más complicado que eso, sólo que a veces los adultos intelectualizamos demasiado. Fluir es más fácil y nos hace más felices.

5. El tiempo vuela. Y esto en todos sentidos. Un mes, tu bebé es como una masita que se queda acostadito en su cuna, mirando un móvil, y al mes siguiente ya puede estar sentado, jugando con una sonaja, y al siguiente ya se puede tener en pie durante un rato, y así. En este primer año, crecen rapidísimo. Del mismo modo, los días pasan volando: acabas de darle el desayuno cuando ya es hora de almorzar, y luego hay que dar el paseo de las tardes y ya enseguida se tienen que dormir. Eso te puede dar perspectiva: no importa tanto el pasado, ni lo que viene, sino ser testigo de lo presente.


6. La paciencia lo es todo. Ser bebé debe ser un poco frustrante: sabes exactamente qué quieres y cómo lo quieres, pero no puedes hacerte entender como quisieras. Y eso puede volver loca a mamá, sobre todo cuando tiene la sopa en la lumbre, la ropa en la lavadora, el fregadero lleno de trastos sucios y no se ha metido a bañar. Ni modo, hay que tener paciencia, respirar hondo y tratar de resolver lo que sea que esté pasando. Y también hay que tenerse paciencia una misma: ser mamá tampoco es fácil, pero no hay un jurado que esté determinando si lo estás haciendo bien, así que hay que tomárselo con calma y no exigirse demasiado a una misma.

7. No hay nada qué temer. Los adultos estamos llenos de miedos sobre las cosas nuevas, y con frecuencia nos quedamos en nuestra “zona de confort”. Tener un bebé en casa te muestra que en realidad, no hay nada qué temerle a la novedad. Ellos están en una etapa en la que, como dije, todo es nuevo, y no les da miedo probarlo. Seguramente tendrán una opinión muy clara de si les agrada o no cuando lo hayan hecho, pero en tanto, estarán dispuestos a estirar la mano para acariciar ese gato, abrir la boca para saborear la mandarina, escuchar los primeros acordes de esa canción. Un bebé no tiene prejuicios, y así su vida es mucho más rica y feliz que la de los adultos.


8. Todo puede esperar. Escena típica de mamá-esposa desesperada: tienes prisa por salir, porque se hace tarde para una cita con el pediatra, y no estás ni cerca de estar lista. Todavía en chanclas de baño, contestando un correo urgente, y aún tienes que cambiar el pañal y la ropa del bebé. Y el bebé en cuestión quiere jugar, y se mata de la risa de ver a mamá hacer fiestas para que se anime a cambiarse. Esa risa amerita mandar todo a la porra y ponerse a jugar. El pediatra será un profesional muy ocupado, pero escuchar la risa de tu bebé siempre será más importante. Son minutitos que así como vienen, se van.

9. Guía con el ejemplo. Creo que esto se ha dicho incansablemente, pero cuando tienes un bebé lo entiendes de verdad. Como todos los mamíferos, los humanos aprenden por imitación. Desde los primeros meses, ellos te están observando y te están aprendiendo. Así, de pronto sorprendes a tu pequeño de dos o tres meses haciendo tus mismos gestos. Sospecho que esto seguirá hasta bien entrada la vida de Amelia: ella me va a mirar, me va a aprender y me va a imitar. Eso me anima a tratar de darle un buen ejemplo.

10. Hay que divertirse. Un bebé es todo risas y diversión… hasta que hay que darle gotitas para la fiebre, o sacarle los mocos con una perita, o nebulizarlo. Uno de los consejos de mi madre fue hacerle pasar por juegos todas las cosas desagradables. A veces funciona, aunque confieso que a veces no se deja engañar, pero por lo menos, lo intentamos. Pero el punto es justamente que, en la vida, hay que divertirse, aun en los malos momentos. Tomarse la vida demasiado en serio es la receta segura para no vivirla a plenitud. Así lo creo.

sábado, 28 de junio de 2014

Mi pequeña cumple un año


Querida Amelia,
¡Es tu cumpleaños! Yo estoy muy feliz: en estos doce meses nos hemos convertido en las mejores amigas, compañeras de juegos, cómplices de viajes, y por supuesto en madre e hija, algo que vamos practicando todos los días y que cada vez hacemos mejor.
Tú, seguramente, no vas a acordarte de estos doce meses, pero yo creo que el amor y la confianza que hemos cultivado van a quedarse contigo siempre, y espero que siempre los tengas en tu corazón. No sabes lo feliz que me hace mirarte crecer, en eso creo que soy privilegiada, porque no me he perdido ni un minuto, ni un llanto, ni una sonrisa, ni una carcajada. Es genial mirar como prestas atención a los detalles del mundo que te rodea, como aprendes el mundo a la vez que vas inventándolo, y como disfrutas la vida. Hay cosas tan simples que te hacen tan feliz: comer galletas, escuchar tu canción favorita o subirte a un columpio. Es maravilloso que cosas tan simples te arranquen sonrisas y carcajadas, ojalá nunca olvides que la felicidad está en esas pequeñas cosas.
Y ojalá tampoco olvides que quieres lo que quieres: usualmente, en el camino, solemos dejar que la mirada de otros dé forma a nuestros sueños, y a veces incluso dejamos de tener sueños propios por darle gusto a los demás. Tú eres una bebé que sabe lo que le gusta y puede expresarlo de muchas formas y no es fácil hacer que te conformes. Ojalá ese rasgo tan peculiar de tu carácter se quede contigo siempre. Ese es mi deseo para ti en tu cumpleaños: siempre tienes que ir por lo que quieres, siempre tienes que darte gusto a ti misma.
Feliz cumpleaños, Conejita.
Te ama,
Tu mamá.


viernes, 6 de junio de 2014

Pura vanidad


¿Por qué sólo el 14.4 por ciento de los niños de seis meses en México recibe lactancia exclusiva, según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012? Es la pregunta que algunos se hacen, sobre todo después de que Oscar Ortíz de Pinedo, publicista del gobierno del Distrito Federal, se aventuró a decir que es por vanidad: “muchas mujeres por egoísmo (perder la forma de sus senos) no dan leche materna”. Así lo indicó en su cuenta de Twitter, y qué estudio, estadística, grupo de foco o charla de café le dio la idea de que es la vanidad, y no otra cosa, lo que hace que las mujeres decidan no amamantar a sus bebés, lo ignoro del todo. No dudo que haya mujeres que efectivamente estén preocupadas por su aspecto y opten por no amamantar, pero dudo que sea un número suficientemente grande como para justificar toda una campaña gubernamental al respecto. Y me atrevo a dudarlo porque estoy justo en esa etapa de la vida en que mis amigas, primas y conocidas están teniendo bebés, y no había escuchado esa razón hasta ahora.

Podríamos pensar, por un instante, que lo inquietante de la campaña es justamente que esas mujeres de la publicidad no hacen que una mamá cualquiera se identifique. Pero dejemos de lado el lugar común de la cosificación de la mujer, que a muchos hombres no convence porque les parece un recurso fácil con el que nos victimizamos las mujeres, aunque es un hecho innegable que la publicidad convierte a los sujetos (hombres y mujeres) en cosas que se pueden usar y desechar (racionalidad instrumental, que le dicen). En realidad, en el nivel más simple, lo inquietante es que se trate de una publicidad gubernamental de promoción de la lactancia, cuando que la decisión sobre esto es de las mujeres y nada más. La lactancia está rodeada de mitos (“es que no me baja la leche”), de tabúes (“es que me da pena en público”), de desinformación (“es que mi bebé no se llena”), y sobre todo de incomprensión (“es que duele demasiado”). Así como el gobierno no tiene por qué meterse en nuestras sábanas y obligarnos a usar preservativos, no puede obligarnos a dar la teta: son decisiones personales. Y la mejor manera de tomar buenas decisiones es estar bien informado, y eso, proporcionar información, sí debería ser prioridad de los gobiernos.

Entre las razones que sí he escuchado para limitar o abandonar la lactancia está el hecho de que no hay manera de que una mujer trabaje y sea mamá, sin tener que sacrificar algún aspecto de ambas cosas. En nuestro país, la licencia por maternidad es de sólo 42 días después del parto, si bien los organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud, la UNICEF o la Organización Internacional del Trabajo recomiendan entre 18 semanas y seis meses de lactancia, por los beneficios que la leche materna aporta al recién nacido. Por otra parte, la ley contempla que la madre lactante tenga dos recesos de media hora para amamantar, pero no he escuchado todavía que la ley promueva que las madres lleven a sus hijos a la oficina para poder amamantarlos, y francamente en media hora, ir y venir de y a la guardería es imposible. Una amiga me comentaba que tuvo que suspender la lactancia del todo porque no había manera de hacer entender a su jefe que necesitaba recesos para sacarse la leche, amén de que no había un lugar adecuado para hacerlo.

El gran problema de la maternidad y el trabajo es que sólo es un dilema para las mujeres y es injusto obligarlas a optar por una cosa o la otra, como si no hubiese posibilidad de una tercera opción. Como no parece posible que en el futuro cercano sean los hombres los que vayan a parir y dar la teta, el Estado tiene que intervenir, a través de la ley, que es el único igualador que tenemos. Leyes laborales más amigables con las madres, incapacidad por maternidad más prolongada, facilidades para la lactancia, son sólo algunas opciones. Que el Estado promueva la lactancia sin tomar en cuenta esas otras opciones, eso sí me parece pura vanidad.

sábado, 10 de mayo de 2014

Mamá


Todo el mundo tiene a la mejor mamá del mundo, y desde luego, yo no soy la excepción. Por muchos, muchos años, sólo fuimos ella y yo, y digo ella y yo nomás, porque no hubo un hermanito arruinahogares sino hasta que yo tuve siete años. En tanto, disfruté mucho a mi mamá: la recuerdo haciendo palomitas para que viéramos la tele; llevándome al cine a ver por enésima vez “El Regreso del Jedi”; trenzándose el cabello que por aquel entonces llevaba larguísimo; dándole de comer a un perro peludito que llamábamos Toby; manejando su fiel Renault 5 amarillo; sentada en una banca en Perisur, comiendo helado de chocolate con mi papá.

No sé si será así para todo el mundo, pero me parece que no te das cuenta de todas las pequeñas cosas que mamá hace por ti, hasta que tú mismo te conviertes en padre. Y no sé si todas las mamás los sabrán, pero esas pequeñas cosas hacen un mundo de diferencia. Yo espero que la mía sepa que gracias a ella, a sus esfuerzos, a sus desvelos, a todos esos años en los que la observé, soy lo que soy, que puede que no sea mucho, pero para mí es todo. Espero ser capaz de transmitirle a mi hija lo que mi mamá me transmitió a mí: que ser mamá es divertido, que requiere toda tu creatividad, que se trata de ver caritas felices cuando haces gelatinas o arreglas un juguete descompuesto, que es, sobre todo, ser feliz compartiendo momentos pequeños.

Ojalá mi mamá sepa que hizo de mi mundo el lugar más feliz, y que todavía lo hace, porque es la mejor amiga que tengo y que tendré siempre. Y ojalá yo pueda ser aunque sea un poquito así para mi Amelia.

Te amo, mamá.

miércoles, 30 de abril de 2014

Las niñas no son princesas


Hace un tiempo leí eso en algún estatus de Facebook: ni las niñas son princesas, ni los niños son lo que sea corresponde a su sexo (supongo que serán superhéroes). Ahora que tengo una niña, me parece que tengo algo qué decir al respecto, si bien es cierto que tengo una y no más, y es nuevecita, así que no tengo ninguna experiencia porque apenas estoy inventando esto de ser mamá conforme avanzo, pero en esto de observar y opinar no me puedo contener así que ni modo.

Encuentro el enunciado chocante. Si las niñas no son princesas, tampoco serán médicas, maestras, científicas, ni nada. A lo que voy es que estamos matando la imaginación. Dejamos a los niños frente a la tele y creen que los roles sociales que ven ahí, son el molde que ellos tienen que llenar, y por ejemplo he visto niñas de siete años que creen que su mayor problema es pintarse las uñas y comprarse ropa para gustarle a un chico, cuando, que yo recuerde, a los siete años mi mayor problema era que se había gastado el frenillo de mis patines y me iba a acabar de arrancar las costras de las rodillas si me caía otra vez. Ahora, los chicos se quedan con la gran niñera que es la televisión y creen que las cosas son como las ven ahí, que los roles son justamente como los presentan en la tele, sobre todo en esos programas pseudoadolescentes que ahora dominan los canales infantiles. Y es grave, además, porque los chicos no tienen todavía un criterio que les ayude a distinguir lo real de lo imaginario; lo que es de lo que no es. Pensar que se puede esconder la televisión para que los niños no la vean es irrisorio, pero ayudarle al niño a ver otras cosas, además de la televisión, y formarse un criterio, me parece fundamental.

He visto mucha gente que se lamenta de que en su infancia lo normal era pasarse la tarde jugando con los amiguitos de la cuadra. Así fue mi infancia también, y es cierto que ya no se ven chicos jugando en la calle, al menos no en donde yo nací y viví: la ciudad de México. Será que es así en las grandes ciudades. Lo triste de eso es que los chicos se pierden la oportunidad de imaginar, de organizarse ellos solos para un juego, de socializar sin la ayuda de los padres y, por supuesto, de estar fuera de cuatro paredes por un rato. Ahora, los chicos que no son afortunados, se quedan en casa con la teleniñera o si les va muy bien, con un videojuego; los que tienen un poco más de suerte, están toda la tarde en actividades como karate, fútbol, ballet, o música, aunque no sé si será que tienen suerte, porque en todas esas actividades son dirigidos por adultos que dicen lo que hay que hacer y no hay que hacer, que establecen lo que se considera correcto o exitoso, y tampoco en estas actividades dirigidas hay espacio para imaginar.

Por cierto, esa gente que se lamenta tanto, ¿por qué no se organiza con sus vecinos para montar guardias en los parques y plazas públicos para que los chicos puedan salir a jugar, ya que el argumento de muchos padres es la seguridad de los niños? Seguramente porque están muy ocupados siendo productivos, eficientes y exitosos en sus trabajos. No es por criticar: nada más lo apunto, porque criticar y quejarse es fácil, pero hacer algo, pues no es.

Por supuesto que hay princesas y principitos de carne y hueso. Yo conocí a varios que por la posición económica de sus padres tuvieron todo y de todo y al parecer nada les costaba trabajo y daban por hecho que papi y mami iban a resolverles la vida. Pero, ¿qué va uno a hacer? Creo que eso era parte de lo que esos chicos eran, y me parece que nuestra sociedad siempre es muy ávida para criticar la identidad de todo tipo, cuando en realidad todo juicio moral debería aplicarse sobre lo que la gente hace y no sobre quién es.

Me he extendido demasiado y sólo quería decir que me parece chocante que digan que las niñas no son princesas. Yo quiero que la mía sea una princesa, que sea astronauta o que sea una sirenita, que sea lo que ella quiera mientras ejercite el músculo de su imaginación. Que pueda imaginarse en un castillo en un país muy, muy lejano, no quita que tendrá que aprender a trabajar por lo que quiere. Pero creo que si los niños no tienen la oportunidad de imaginar, no serán adultos que puedan crear soluciones para los grandes problemas del mundo. Y los padres deberíamos saber que estamos criando adultos: la niñez es, apenas, un suspiro.

miércoles, 16 de abril de 2014

Colecho o no colecho


Amelia durmió conmigo, en la misma cama, los primeros cuatro meses de su vida. Un día la sentí dar vueltas como trompo chillador y me dio miedo apachurrarla, así que decidí que era momento de que se fuera a dormir a su cuna. La transición fue bastante pacífica, pues a ella le gusta dormir más bien desparramada, así que apreció el espacio. Sin embargo, todavía despierta un par de veces en la noche, y muchas de ellas termina durmiendo, de nuevo, en la cama con nosotros.

He leído muchas opiniones sobre el colecho (o no), sobre las técnicas para hacer que el bebé duerma sólo en su cama, sobre el desapego que tendría que haber con la madre, etcétera. La verdad, he leído demasiadas opiniones, y me queda claro que lo único que tenemos es eso, opiniones bienintencionadas sobre lo que una mamá, especialmente una primeriza, debería hacer. A fin de cuentas lo mejor que hay es el sentido común y lo que a cada quién le resulte práctico. Apegarse a una u otra postura es, me parece, cuestión de tranquilizar la conciencia, pues, ¿quién sabe el daño que en verdad le hacemos a los hijos si duermen con uno, si lloran en la cama, si les hablas, si no los tocas?

Así que, haciendo uso de mi mejor sentido común, que probablemente no es el mejor del mundo, me parece que esa mitad y mitad funcionan bien. Amelia pasa un rato en su cama y cuando lo necesita, se muda a nuestra cama. Vaya, decir que “se muda” es decir que me levanto a tranquilizarla cada que lo necesita, y cuando lo que necesita es más bien amor y comprensión, entonces la paso a dormir conmigo. ¿Para eso tiene madre, no? En fin que, creo que ya aprenderá a dormir toda solita, sin dar lata por las noches. Así que por ahora la disfruto, y me quedo con la idea de que esto de la maternidad, por muchas opiniones que encuentres, es un camino más bien solitario.

viernes, 4 de abril de 2014

Comida


Amelia ya llegó a los nueve meses: ha estado fuera y dentro más o menos la misma cantidad de meses, y en todo ese tiempo, no ha probado carne. Es una bebé vegetariana, grandota, sana y fuerte.

La recomendación de la pediatra fue hacer lo que hacemos todos los vegetarianos: cuidar el mix de proteínas, minerales y vitaminas para que no le falte nada. Si bien todavía es pequeña y adquiere la mayor parte de estos de la leche y la teta, es bueno que empiece a probar de todo, y por todo quiero decir frutas y verduras, que serán su alimento principal.

Una recomendación que me hizo la nutrióloga fue darle el mismo alimento por tres días, para observar posibles reacciones alérgicas. Esto, me indicó, lo deben hacer todas las mamás con sus hijos, precisamente para vigilar que lo que come no le haga daño. Y si, por ejemplo, una probada de algo le produce una mala reacción no necesariamente alérgica, como dolor de barriga o gases, es mejor esperar para introducir ese alimento más tarde.

Reacciones negativas en la familia ya hubo varias, pero yo me digo que de todas maneras, hagas lo que hagas, siempre habrá opiniones que indiquen que podrías hacerlo mejor. Yo, como toda primeriza, apenas estoy ensayando (y ensayando para nada que seguro Amelia es debut y despedida), así que ya me hice a la idea de que me voy a equivocar mucho, lo que no significa que no lo hago con mucho amor. (Awww).

Mi principal razón para criar a Amelia como vegetariana es la salud: por lo menos de parte de mi familia, hay historia de diabetes y cardiopatías. Me parece que la alimentación es clave para evitarlas, así que por lo pronto, empezaremos por ahí. Ya tendrá tiempo de opinar y decidir después, cuando se haga un criterio mínimo de estas cuestiones. Por lo pronto, la Conejita será veggie.

jueves, 13 de marzo de 2014

Viajeras


Amelia y yo nos tomamos unas largas vacaciones. Lo largo de las vacaciones tiene que ver con los más de 7000 kilómetros que separan México, que es donde está casi toda mi familia, de Jujuy, en donde actualmente vivimos. Y es que el viaje toma, por lo menos, unas veintisiete horas, cronometradas desde la puerta de nuestra casa en San Salvador de Jujuy, hasta la puerta de la casa de mi abuela en la Ciudad de México. En el medio hubo un viaje de dos horas en auto hasta Salta, un vuelo nacional, un cambio de aeropuerto, dos vuelos internacionales, y media hora en taxi hasta casa de mi abuela. El trayecto de vuelta incluyó, además, una espera de once horas en Buenos Aires. Toda una aventura.

Tanto trajín con un bebé no es fácil. Sobre todo con tanto cambio de medio de transporte. Me imagino que hacer todas esas horas en un solo vuelo, por ejemplo, sería mucho más sencillo, pero el abordar, bajar, entrar, salir, subir, ir y volver hacen que sea casi imposible. Lo que me alivianó mucho todo eso fue justamente el fular rojo, que viajó con nosotras todo el camino.

Por supuesto, Amelia iba feliz, porque iba a upa todo el tiempo. Los trayectos en los aviones no resultaron tan pesados porque ella iba, la mayor parte del tiempo, dormida en mis brazos. Pero los cambios de vuelo habrían sido horribles sin el fular. La ventaja de éste sobre la carriola es que tenía a la bebé todo el tiempo conmigo, me dejaba las manos libres para coger las maletas, podía hacer los traslados rápido, y finalmente, ella estaba mucho más tranquila al saberse cerquita de su mamá.

Claro que también tiene desventajas. La principal es que no hay donde dejar al bebé para que mamá vaya al baño. De hecho, las instalaciones sanitarias en varios aeropuertos dejan mucho qué desear. En Ezeiza (Buenos Aires), por ejemplo, hay un privado en donde puedes cambiar con toda tranquilidad al bebé, lo cual es muy bueno porque Amelia escucha el secamanos y se pone loca, así que la privacidad fue buenísima, lo que no tuvimos en el aeropuerto de Santiago de Chile, donde a duras penas hay cambiador, eso sin mencionar que ahí el baño estaba muy, muy sucio. En Lima nos tuvimos que meter al baño de discapacitados porque de plano el concepto de canguro (una sillita en donde puedes poner al bebé mientras mamá va al baño) no existe, o al menos yo sólo la vi en México, y lo mismo en Aeroparque (Buenos Aires). En esos dos, por lo menos, el baño es privado y puede una maniobrar más fácilmente con su bebé.

La gran aventura de Amelia y su fular rojo fue maravillosa. Y viajar con el fular lo fue también. Por supuesto, la espalda de mamá es la que más sufrió, pero esa es otra historia. Recomiendo ampliamente usar un fular para viajes ajetreados. Facilita la vida y el bebé va un poco más contento. Ah, y que no se olvide decir que el personal de LAN en tierra y en los aviones son un pinche encanto, ¡recomendadísimo viajar con ellos si van o vienen a toda Latinoamérica!

viernes, 7 de marzo de 2014

Un aplauso


Mañana se conmemora el día de la mujer trabajadora. Escribo este post hoy, porque mañana probablemente estaré lavando platos, tendiendo ropa, jugando con Amelia o cocinando, y seguramente no tendré tiempo. Por supuesto, yo no trabajo. Por ahora soy mamá de tiempo completo. Y esa perorata de que las mamás que se quedan en casa también trabajan, ya me aburre, no porque no sea cierta, sino porque no cambia nada: yo seguiré teniendo un día igual al anterior, sin fines de semana ni feriados, no le veré el fin a una taza de café caliente, ni tendré ánimo al final del día para darme un masaje en los pies.

Por muy estresante, extenuante y frustrante que sea, ser mamá de tiempo completo no es un trabajo. No hay una felicitación de tu jefe por un trabajo bien hecho, no hay un cheque al final de la quincena para ese par de zapatos que no necesitas pero cómo te gustaría tener, no hay al fin es viernes ni pinche lunes, ni un coffe break para chismear con las amigas. A pesar de eso, tiene su lado bueno, la verdad. No tienes que estar dándole los buenos días a gente que te choca y que deliberadamente pone obstáculos a tu trabajo, no tienes que tragarte la impotencia de que tu jefe brille gracias a tu trabajo y tú sólo recibiste un “gracias”, ni tampoco tienes que hacer bilis cada quincena porque el aumento de sueldo que te prometen nunca llega y sigues ganando menos que el tipo que se supone hace lo mismo que tú pero no hace nada, pero es bien cuate de tu jefe y pues ni modo.

Dije ventajas, pero parece que hagas lo que hagas, estás jodida: sales a chambear y eres menospreciada aunque tu trabajo sea sobresaliente; te quedas en casa y nadie aprecia tu trabajo, porque no es trabajo y porque se supone que es lo que tienes que hacer ya que estás ahí. Ser mujer sigue siendo difícil y jodido, aunque en el mundo “civilizado” ya es un poquito menos, pero el hecho de que haya un día en el que se recuerde que las mujeres tenemos derechos ya hace suponer que no los tenemos del todo y qué difícil, qué jodido, qué mal está eso.

Yo pensaba en todas estas cosas, sobre todo en lo que me toca, que es quedarme en casa y lidiar con mucha frustración, impotencia y sobre todo cansancio. Y de repente un día Amelia, recién con ocho meses de edad, estaba sentadita jugando, mirando la tele, platicando y cantando a su manera, y así, de la nada, puso sus manitas juntas y empezó a aplaudir. Y dejé de pensar en esas cosas que de todas maneras ahí van a seguir y me sentí muy feliz y orgullosa y ese aplauso se sintió como una ovación de pie.

martes, 28 de enero de 2014

Tu comodidad


Seguramente todas las mamás pasan por escuchar una larga perorata, proveniente parientes y extraños, en la que le aconsejan toda clase de cosas respecto al sueño del bebé. Aunque bien intencionados, muchos de estos consejos no solicitados, al menos en mi caso, me provocan un cierto malestar en lo más profundo de mi tripa, porque incluyen un “tienes que dejarla llorar” en alguna parte de la receta.

He leído algo al respecto (más consejos “expertos” tampoco están de más), y al parecer hay dos posturas “científicas” al respecto: la primera, que consiste en dejar que el bebé, solo, triste y abandonado, llore en su cuna hasta que se acostumbre a dormir solito; y la segunda, que indica todo lo contrario, es decir, si dormir en la cama con los padres no es opción, hay que reconfortar al bebé todas las veces que sea necesario, para que se sienta seguro y tranquilo y pueda conciliar el sueño (y asocie el sueño con cosas felices).

Hoy me encontré con un artículo al respecto que me pareció interesante, una entrevista que le hacen a María Berrozpe, quien es una experta más y que toma la segunda postura. Lo que me pareció interesante es que ella hace hincapié en que se educa el sueño del bebé para la comodidad de los padres y de las personas que conviven con él. Recuerdo por ejemplo a mi marido que decía que Amelia debería acostumbrarse a dormir con ruido, cuando a mí me parecía todo lo contrario, dado que ella está en casa sola conmigo todo el día, todos los días, y más bien está acostumbrada al silencio y a los ruidos regulares de la casa y los vecinos. Pensar que tiene que acostumbrarse al ruido sólo porque el fin de semana hay más movimiento en la casa, me ponía de mal humor. ¿Por qué tiene que acostumbrarse ella al ruido y no nosotros al silencio? De todas maneras, parece más sano no estar gritando todo el tiempo. (Afortunadamente a mi marido le cayó el veinte y la casa pasó a ser más silenciosa durante el fin de semana).

En fin, que uno no tiene un bebé para estar cómodo, para estar cómodo, búsquese un sofá. Un bebé altera las rutinas, las costumbres y la cotidianidad, y uno, que ya es grande y razonable y se supone que sabe mejor, puede adaptarse a eso. Creo, sin embargo, que introducir un poco de disciplina desde temprano tampoco está mal, y Amelia por ejemplo ya sabe que a las ocho comienza su rutina de dormir (baño, pijama, leche y cama) y por lo general antes de las nueve ya está en su cama durmiendo. Suele despertar por la noche, y me levanto a consolarla todas las veces que lo necesita. Como dice la entrevista, dejarla llorar sólo me estresaría todavía más, y, ¿para qué quiere Amelia una mamá estresada? Mejor que esté yo tranquila (y cómoda), aunque lleve meses sintiéndome exhausta. Pero supongo que ya pasará.

También pueden documentarse un poco leyendo "Cómo enseñar a un bebé a dormir toda la noche: lo que dicen los expertos".

martes, 21 de enero de 2014

Querida Amelia


Hace poquito cumpliste seis meses, lo que quiere decir que ya ha pasado medio año desde que hiciste tu gran debut en esta vida. Quiere decir también que has sobrevivido medio año a tu madre y todos sus altibajos en eso de la maternidad, que no han sido pocos. Ya pasamos por aprender a tomar teta, que no sé a ti pero a mí me costó mucho al principio; ya has usado todo tipo de gorritos, vinchas y otros accesorios que para algunos son ridículos (como para tu papá); ya sobrevivimos a un par de resfríos, creo que tú más entera que yo, y también a tus vacunas, y recientemente te estrenaste en la comida sólida, algo que me parece disfrutas mucho.

Estoy contenta contigo, con todo el tiempo que pasamos juntas (creo que, en toda tu vida, no hemos estado lejos ni un día entero, y aunque dicen que eso no es bueno, ¡qué diablos!, ya llegará el día en que tengas tu propia vida, como se dice comúnmente, y no me vas a necesitar todo el tiempo contigo), con nuestros juegos y canciones. Me haces muy feliz, y ver tu cara de alegría cuando me miras es lo más maravilloso del mundo. A lo mejor para todas las mamás es igual, pero no puedo dejar de celebrar que tú me pasaste a mí y eso me hace la persona más afortunada, aunque pueda pensarse que es un sentimiento común de la maternidad, para mí es lo más especial que me ha pasado en toda mi vida.

Espero que tu estancia en esta Tierra siga siendo así de feliz y bonita como, creo, lo ha sido. He aprendido mucho de ti, no nada más a hacer malabares con el tiempo, el estrés, la falta de sueño y otras cosas que son menos importantes, sino a asombrarme contigo del mundo que descubres todos los días, a reír con ganas de cosas simples, a disfrutar el momento presente, pese a todo.

Lamento que a veces estoy cansada, o estresada, o con sueño. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo para no dejar que nada me perturbe para poder estar presente contigo. Si me notas cansada o fastidiada o molesta, no es por ti: es por mí que todavía no logro deshacerme de los roles que supuestamente debería seguir, y dejo que las expectativas de otros me afecten. Espero poder hacerlo, para que tú aprendas que lo más fácil del mundo es ser tú misma.

En fin, que mi Conejita ya es nena grande. ¡Ya seis meses! ¡Qué sean muchos más, Amelia!

Tu mamá que te ama.