miércoles, 2 de octubre de 2013

Sin tetas no hay Conejita

La idea de tener un bebé es la idealización de una realidad muy distinta a lo que uno puede imaginarse. A mí en lo personal ni me pasaban por la cabeza muchas cosas, y quizá una de ellas era la cuestión de la lactancia. Daba por sentado que había que darle la teta al bebé, pero los cómos y cuándos y por qués no se me ocurrieron nunca.

Una de las cosas que descubrí sobre la marcha es que la lactancia duele (el amor duele, dice mi marido). Duele más de lo que me imaginé (que era nada), y mucho más de lo que podría explicar (que es poco). Además, darle la teta al bebé no es tan automático como uno pensaría: aunque el bebé sabe succionar, no necesariamente sabe cómo agarrar la teta, y una no sabe exactamente cómo dársela. El proceso de aprender también duele, dicho sea de paso, sobre todo cuando todas las enfermeras del ala de maternidad vienen a apretarle a uno las tetas una y otra vez en un intento de mostrar que “sí sale un poquito”, cuando en realidad al principio no salía nada (una desventaja de las cesáreas, según me informaron).

Lo que en esas dolorosas primeras semanas me funcionó (poquito) fue la crema de caléndula para aliviar el ardor. También un implemento curioso: un protector de pezón que vende Avent y que previene el roce de la ropa, lo cual es un alivio cuando uno tiene la teta dolorida e hinchada por la succión. Pero lo que más funciona es la resignación: duele, duele, duele, pero hace bien poner al bebé a la teta porque a fin de cuentas la leche materna (poca o mucha) le aporta muchos beneficios a su salud. Es un dolor “para algo”, y me parece que la salud de mi Conejita es un algo bastante importante como para soportar el dolor.

Lo bueno es que con el tiempo, el dolor pasa, la leche fluye, el bebé come sin mucho drama y la lactancia se disfruta. Y es un momento muy lindo para compartir con mi Conejita, así que diría que el dolor "valió la pena".

No hay comentarios:

Publicar un comentario